El autor analiza los efectos devastadores de la corrupción y cuestiona los modos empleados para combatirla. Para lograrlo considera que no es necesario destruir el capitalismo, satanizar la política, exponer las leyes al ridículo ni desacreditar las instituciones.
A partir de la experiencia brasileña de la Operación Lava jato, critica la falta de planeamiento, la espectacularidad de los procesos y el moralismo. Describe como este bancorrupt destruyo la economía y produjo la desestabilización de la política.
Warde fundamenta por qué la punición debe centrarse en los administradores corruptos, con la preservación de las empresas y los empleos, y sostiene que un combate adecuado de tiene que atacar las causas, y legislar adecuadamente el lobby, lo que resulta clave para evitar la infiltración del crimen organizado en las estructuras del Estado.