Imagino que la extraordinaria calidad de estos cuentos es lo que explica su lugar secundario y casi invisible en la narrativa argentina actual. Son demasiado buenos y por eso no encuentran su lugar. Historias de un pesimismo puro, tienen un aire trágico que las aleja de la poética lúdica y exhibicionista que domina nuestra literatura desde Borges y Cortázar. En medio de estos relatos, a la vez realistas y desmesurados, brilla un humor cáustico, un sarcasmo que fortalece su efecto perturbador. Quizás el hecho de no percibir el elemento cómico que hay en la tragedia fue lo que afectó la recepción de estos cuentos, cuyo humor destructivo y siniestro, nunca explicitado, es un fuego fatuo, una luz mala en el campo, que ilumina al lector y le promete la inminencia de una revelación. Sus epifanías negativas titilan debajo de la densa materia narrativa y hacen de sus cuentos pequeñas obras maestras líricas e inolvidables.
Prólogo, por Ricardo Piglia
La inundación
Sábado de Gloria
Viudez
La cosecha
Marta Riquelme
Examen sin conciencia
Juan Florido, padre e hijo, minervistas
La tos y otros entretenimientos
La tos
La escalera
Abel Cainus
Por favor, doctor, sálveme usted
La explosión
Preludio y fuga
La virgen de las palomas
Florisel y Rudolph
Las manos
Función de ilusionismo
No me olvides
Un crimen sin recompensa
En tránsito
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