«El Antropoceno no tiene que ser el fin de los mundos por venir; es un límite, no un destino. No se puede permitir que lo que venga a continuación sea la barbarie de los tecnomodernos. Los pueblos amerindios, que se han negado a darse por finalizados, fin del mundo tras fin del mundo, tienen algo que decirnos sobre la necesaria subsistencia del futuro.» Donna Haraway
Ante la cada vez más evidente gravedad de la crisis ambiental y civilizatoria, proliferan nuevas versiones en torno a una antiquísima idea de “fin del mundo”. La transformación de nuestra especie, que pasa de ser simple agente biológico o social a una fuerza geológica capaz de afectar el sistema planetario y su destino –situación que ha dado lugar a la formulación del controversial concepto de “Antropoceno”–, produce una angustia metafísica, que contrasta con el optimismo del discurso tecnofílico. Este libro se propone analizar la proliferación actual de narrativas sobre el fin del mundo, entendiéndolos como intentos de invención de una mitología adecuada al presente que nos oriente ante el colapso de la distinción entre naturaleza y cultura.
La filósofa Déborah Danowski y el antropólogo Eduardo Viveiros de Castro encuentran evidencia de estos esfuerzos míticos tanto en los libros de divulgación científica, las revistas académicas o los pronunciamientos de diversas organizaciones mundiales, como en la obra de Bruno Latour, Isabelle Stengers, Quentin Meillassoux o los aceleracionistas, y en blockbusters como Mad Max, La carretera o Melancolía. La conciencia compartida de que el proyecto occidental de una construcción social de la realidad se ejecutó bajo la forma desastrosa de una destrucción natural del planeta suscita la necesidad de repensar la relación entre lo humano y lo no humano bajo las visiones catastróficas de un mundo sin nosotros o de una humanidad sin mundo. Para esto, los autores recurren al pensamiento animista de los pueblos amazónicos –sobrevivientes de la catástrofe civilizatoria del colonialismo–, para quienes cada especie constituye un tipo de sociedad, y cada interacción transespecífica, un campo de negociación diplomática. Aquella expresión común en boca de los militantes de izquierda, “todo es político”, adquiere en el caso amerindio una literalidad extrema, ya que todo vínculo con el medioambiente involucra el ejercicio de una cosmopolítica.
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