En un mundo en el que se miente, la historia es una búsqueda permanente, pues nada es como se dice y esto obliga a buscar comprobaciones. Y en esa búsqueda aparece el viaje, porque es difícil determinar algo sin conocerlo bien, no sólo en los documentos sino en su territorio y su contexto.
El trabajo de Nico Verbeek sobre Ingrid Betancourt es una indagación, una búsqueda de vestigios que expliquen no sólo hechos sino causas que permitan dilucidar quién es este personaje que flota entre el ícono de la heroína moderna y el de la mujer que se Inventa a sí misma y se reproduce en una creación mediática.
La Ingrid de Verbeek no es una anécdota ni un lugar común. Es una suma de vestigios que la van dibujando a medida que el autor viaja, comprueba, habla con otros, lee y certifica pasados recientes y otros más antiguos. Porque un personaje como ella, de tanta incidencia, no puede percibirse como si fuera el cómic de una justiciera caída en desgracia y al final liberada para que su historia quede plasmada entre buenos y malos.
La historia moderna se escribe siguiendo, reflexionando, uniendo un hecho fino con otro. Y sin que el historiador pierda su independencia. Eso precisamente es lo que hace grande al texto de Nico Verbeek.