Este es un libro que cumplirá pronto veinte años y que ha llegado a su 4ta. edición. Cuando se editó por primera vez, aportó una novedad un tanto insólita en el panorama de la animación lectora, panorama que, entonces, estaba en su formidable punto de arranque. Lo que el libro decía entonces y sigue diciendo hoy es que la lectura se hace, no se dice; que la lectura es, sobre todo, un acto de atención y de contemplación; que la cualidad más importante para un lector -niño, joven o adulto- es la tranquilidad, la ausencia de prisa. Porque tener prisa sólo conduce a la inconsciencia, a la violencia, a la falta de entendimiento y al no disfrute inmediato -e incluso mediato- de la propia actividad lectora.
Para leer era necesario -sigue siendo necesario y lo será siempre- acomodarse bien, estarse quieto, guardar silencio y ser cordial con el libro que hemos asido entre los dedos de la mano. El deseo de leer pedía -sigue pidiendo en su 4ta. edición-, por tanto, tranquilidad lectora, algo que no casa bien con la prisa que habitualmente los profesores de lengua llevan para poder cubrir los programas -que no para descubrirlos en el día a día-.
Por ello, la invitación que se hacía en la primera edición de 1985, renovada ahora, en 2004, consistía en que, para leer en el aula, el mejor sistema es observar los tres momentos fundamentales del acto lector: el antes, el durante y el después de la lectura. Y para cada uno de esos momentos, El deseo de leer ofrece un conjunto de actividades, a fin de que la lectura se convirtiera en un acto de la inteligencia y de la reflexión, del sentimiento y del juego.
Lo cierto es que, después de veinte años de poner en práctica dicho sistema de acercamiento a los libros, el autor puede añadir al menos una cosa: que el invento sigue funcionando, como bien saben quienes han probado este 'viejo' método de aproximación al placer de leer.
CONTENIDO
Prólogo
El antes
El ahora
El después