Reír no hace daño; nos conecta con el niño que somos, que entiende que la vida no es seria y que siempre hay un motivo para hacerlo. Así son las flatulencias, los ¡pun! olorosos que sueltan a carcajadas los niños traviesos y que, en cambio, a los adultos provocan tanta molestia y vergüenza. ¿Por qué no seguir su ejemplo y reír más, sobre todo en estos tiempos de confusión y violencia?
A través de un ejercicio lúdico, cada vez menos frecuente, el autor demuestra su compromiso con el público infantil.