Este libro es un estudio sobre las relaciones entre los procesos de globalización y la guerra y la paz en Colombia. Es decir, sobre las dimensiones globales del conflicto armado que vive este país.
Desde los años ochenta, después de la crisis de su economía basada en el café, Colombia se ha insertado en la globalización económica a través de la coca y la cocaína, además de la minería y el petróleo. La avalancha de dólares procedentes de la cocaína, que llegaron a representar hasta el 7% del Producto Interno Bruto del país en la década de los ochenta y alrededor del 5% posteriormente, ha producido una metamorfosis en el Estado, la política y la guerra de este país.
En el Estado, esa metamorfosis se refleja en la singularidad de su convivencia durante un cuarto de siglo con paraestados dentro de su propio territorio. Los paraestados -que una investigación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) denomina como “estados de facto”, “cuasi-estados” o “retaguardias consolidadas”- son aquellas regiones que permanecen dominadas por los paramilitares, el narcotráfico o las guerrillas. También se refleja en que es un Estado al cual se han integrado unos poderes regionales mafiosos.
En la política, se ha dado una mutación llamada la para-política, consistente en que los paramilitares, aliados con el narcotráfico y sectores de la clase política tradicional, han secuestrado la representación política y el poder político en muchas regiones. A raíz de ello se desarrolla actualmente un debate nacional por el escándalo de ocho congresistas o diputados detenidos, otros veinticinco mas investigados por la Corte Suprema de Justicia, además de varios altos funcionarios del gobierno implicados, como el jefe del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS).
Respecto a la guerra, aunque continúan vigentes las causas económicas, sociales y políticas que le dieron origen en los años sesenta del siglo pasado, el auge del poderoso negocio de las drogas ilícitas la ha interferido y transformado por lo menos en dos sentidos. En primer lugar, la adaptación del país a la demanda mundial de la cocaína y la inserción de algunos de sus actores en esa industria global, la ataron irremediablemente a ella como la base de su economía de guerra. La retroalimentación que le genera esta economía ilegal, la autorreproduce y perpetúa indefinidamente. En segundo lugar, sus conexiones con el narcotráfico la han degradado y descompuesto.