Desde que escuché las historias de aventuras de bordo de un ballenero que me contaba Augustus, el hijo de Mr. Barnard, capitán de fragata; empecé a experimentar el deseo más intenso de embarcarme. Tenía entonces un bote de vela llamado Ariel y solíamos hacer locuras tales, que hoy al pensar en ellas tengo por milagro contarme entre los vivos.
Referiré una de esas aventuras como introducción a otras más largas y más importantes que me he puesto a narrar.
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