El título de este ensayo quiere sugerir desde el principio que a nuestras vidas como argentinos y latinoamericanos no han faltado el terror ni el estremecimiento que cruje bajo los pies. Después de experimentar este crujir, nuestros modos de sentir y de pensar al otro desclasado, al otro del género y de la etnia, como también la política, serán sin dudas distintos, quizás con otros afectos, quizás más atentos a las fuerzas que agitan al mundo, más permeables a incorporarlas para inventar, precisamente, un mundo, para seguir pulsando por la vida.
La sociedad percibe que una línea se propagó, y avanza con ella la tristeza como pasión; esto es, como destitución de las potencias creativas. Esa grieta, que es demolición neoliberal, termina por sumarnos a una Tierra de Nadie, con el riesgo probable de que se multipliquen las fragmentaciones que desarticulan respuestas colectivas, promoviendo la violencia entre pobres, la potenciación de valores patriarcales cuando el hombre se encuentra él también barrido en su antigua ilusión de poder, con dominaciones del sexismo que llega al femicidio, incentivando la transfobia, la discriminación aguda de clases. Destrucción que no termina aquí, una generación de niñxs y jóvenes se halla entrampada en un proceso de muerte precoz como sicarios. La riqueza semiótica, la diversidad cultural que fraterniza y recrea territorios no son posibles ya ante una embestida sobre la mínima certidumbre que debe mantener una subjetividad, un digno lugar para pensar y hacer, incluyendo su mundo al mundo de los posibles. El dominio hoy es el de la deuda, íntima, la que manda a obedecer, sin comprender. Ese es el avance de la tristeza, no comprender con lucidez aquello que hicimos de nosotros y de nuestro tiempo histórico, el cual se encarga de mostrarnos su impiedad, expropiando las potencias que podrían ser fugas hacia tierras menos tiránicas.
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