Todos los días nos encontramos con mujeres anónimas que se sobreponen al dolor y a la adversidad con una fuerza sin límites. Desde sus entrañas tienen el poder de batallar con la dureza de las circunstancias dando lo mejor de sí. Son como aves tropezándose contra los cristales de una gran ventana, insistentes y tercas no saben lo que es rendirse. La fuerza de su corazón es el mecanismo perfecto que hace funcionar los micromundos y engendran energía creadora para el universo. Así van las guerras de la vida con una mano en el pecho y los ojos puestos al infinito.
Siempre grandes en su pequeñez, siempre inmortales en su finitud, siempre sensibles a su racionalidad. Así son las mujeres que veo a diario, reales, imperfectas, manchadas de realidad. Hambrientas y sedientas de vida. Inquietas, curiosas, pensantes, apasionadas y locas. Las veo y me veo, me reflejan y las reflejo danzando en el carrusel cambiante en el que gira la existencia.
Porque somos las que amamantamos la vida, las que abrazamos la muerte, las que parimos el futuro, las que desafiamos los cambios, las que trazamos caminos y sostenemos familias. Somos las no vistas, las que nos redimimos en la cotidianidad de una casa, las de adentro, las de las querencias, pero también las viajeras del mundo. Somos ropa secándose al sol, somo el olor a comida caliente, somos medicina y calmante, somo raíces soportando el peso, pero también somos lágrimas, sonrisas, fractales y átomos de un vasto Universo en plena expansión.