La idea de examen directo es y parece sencilla, pero se enfrenta a dos tipos de prácticas que debemos superar a la hora de mejorar las herramientas para litigar. La primera, consiste en la creencia de que el testigo debe ser “arrojado” al juicio para que exprese con “libertad” todo lo que sabe. Lo que subyace a esta práctica es la idea-prejuicio de que la actividad de las partes es siempre y en todo caso una actividad distorsiva del testimonio. Hay un resabio de ideología inquisitorial en este prejuicio, que se funda en otro mayor que descree que en el proceso debe haber litigio o que el litigio es siempre un intento de engaño a la actividad desinteresada del juez, único sujeto cuya razón busca el bien y la verdad. Este libro, como toda esta colección, como también el sistema adversarial mismo, se funda en una idea contraria: no puede existir verdadera imparcialidad por fuera de un litigio bien estructurado y la primera responsabilidad de la imparcialidad es respetar y hacer respetar esas reglas del litigio que conocemos como juicio imparcial. El arte del examen directo consiste en que el testigo declare bien, adecuadamente, que se oriente hacia lo pertinente, que realce lo que realmente sabe y que no se pierda en los laberintos propios de un juicio sin litigio. (…) Lograr que la verdad del testigo aparezca es una técnica que este libro busca enseñar; una técnica que, como ocurre siempre, es el resultado de muchos años de experiencia; en nuestro caso, de siglos de experiencia. Alguien dirá que finalmente todo que se enseña en esta colección tiene un alto contenido de sentido común. Precisamente de eso se trata, de construir una práctica del litigio que no riña con el sentido común de la gestión de los intereses en conflicto. Pero también la experiencia ha demostrado que lo que parece sencillo no lo es tanto cuando hay que ponerlo en acción, que existen miles de casos en los que trabajar el detalle es la clave del litigio.
CONTENIDO
Prólogo
Presentación
Bibliografía consultada