La disidencia sería, precisamente, el testimonio de que en un determinado contexto social es posible la existencia de un sujeto creador capaz de inventar una diversidad, una divergencia simbólica y material. La única posibilidad que tenemos en el siglo XXI de construir una democracia es que esta se implique en la incertidumbre, el azar, la probabilidad y la provisionalidad de todas sus creencias operativas y simbólicas. Esto sería signo fehaciente de que la realidad es en sí misma plural y diversa, y que la convivencia social solo puede darse en una relación diferente como elemento de la realidad. Por eso, la posibilidad de la democracia hoy pasa por la creación e invención de un proyecto social de disidencia que no constituya un problema para la sociedad donde esto acontece, sino como la expresión de la raíz de la cual brota en toda su pujanza la libertad. La convivencia en la diversidad, entonces, ha de expresarse culturalmente en la cooperación, la solidaridad, la paz y la armonía. Por lo cual, entendemos que únicamente un proyecto de disidencia social puede hoy fundamentar una democracia incierta e indeterminada en cuyo ámbito convivan la diversidad, el diálogo intercultural y la pluralidad de ideas, actitudes y cosmovisiones. Es en ese medio social y cultural donde es posible la autodeterminación intelectual, personal y política