El problema de la sociología para definir los límites de su objeto, la sociedad, nunca fue una falta ni un lastre cuya superación al fin la certificaría como ciencia. Los primeros sociólogos, en el siglo XIX, elaboraron una disciplina dedicada justamente a criticar el sistema de límites que recortan y constituyen a los cuerpos políticos tal como fueron tratados por la filosofía moderna. La imprecisión del dominio social es un trabajo positivo que, lejos de necesitar ser clausurado, espera aún el desarrollo de sus consecuencias teóricas y políticas.
En la obra pionera de Émile Durkheim la idea de sociedad se distancia radicalmente de aquella polis de la filosofía política que los hombres edifican como amparo ante la posibilidad de la destrucción. Aun existiendo el crimen, la división y la anomia, el problema fundamental no es cómo evitar la disolución de los lazos sociales, sino cómo pensar una moral y una práctica política a la altura de una sociedad cuya existencia está más allá del dominio de los hombres. Sin el horizonte último de la ruina total del mundo de relaciones dadas, la política deja de ser el ámbito exclusivo del problema de la salvación para interrogarse también por un orden de fuerzas donde la supervivencia no es un logro siempre precario sino una modalidad de ser que no reconoce amenaza.
A partir de los estudios de Durkheim y su lectura en diálogo con una serie de reflexiones políticas que van desde Thomas Hobbes a Hannah Arendt, en este libro la sociología desborda sus caracterizaciones habituales para asumir que la singularidad de sus desafíos radica en una concepción de la filosofía social que no teme seguir el camino que lleva hacia la metafísica.
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