
En pleno auge del régimen socialista, entre 1972 y 1977, Marcela del Río estuvo como agregada cultural de la embajada de México en lo que fuera Checoslovaquia. Es a partir de esa experiencia que con gura la trama de La cripta del espejo, donde se narra el desmoronamiento de una familia, de un sistema político y de un México lacerado por la masacre del 2 de octubre de 1968. Mientras que el personaje masculino –embajador, padre de familia, estadista diligente– padece los embates de un sistema político rancio, de pleitesías y servilismo, son las voces periféricas y subalternas –la esposa, la empleada doméstica, el hijo rebelde– quienes cuestionan las estructuras hegemónicas y, desde su trinchera particular, intentan derribarlas. Lo personal es político. En palabras de Lola Horner: “La cripta del espejo no es sólo la disección de una gura de poder y todos aquellos que la convierten en quien es, sino también la oportunidad de escuchar una época y ciertas voces que recrean años convulsos y apasionantes”.
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