Audaz, curiosa, proteica. Desde que tiene uso de razón, Carmen Millán de Benavides ha llevado una vida en paralelo. Se levanta todos los días con el propósito de llenar la página en blanco que siempre la espera.
A Carmelita, como la nombran sus más cercanos, le encanta escribir, cantar y tocar guitarra, desarrollar proyectos, inventarse acciones para hacerlas de manera individual o en grupo, pero una de las cosas de las que deriva mayor satisfacción es estar frente a un micrófono y hablar y hablar, porque aprendió desde muy pequeña a leer en voz alta, como locutora profesional. Que lo es.
Trabajó diecisiete años en el Instituto Pensar, de la Universidad Javeriana, que ayudó a montar, y en el programa de Semilleros, dirigido a jóvenes investigadores. Creó el grupo de Género en este Instituto. El ciclo rosa para el reconocimiento de la diversidad sexual y de las nuevas masculinidades que emergían en esos años.
Antes, trabajó en la Secretaría de Desarrollo de la Alcaldía de Ibagué. Recién graduada, fue jueza municipal en El Guamo, Tolima. En estos espacios laborales marcó territorio con proyectos, programas que se inventó o a los que se integró innovando.
En su formación y en su desarrollo personal le da mucha importancia a su colegio, a sus padres, a las oportunidades que ha tenido y no ha desaprovechado; a las personas con las que se ha encontrado, que han sido claves en varias etapas de su vida y que se convierten, muy rápido, en sus mejores amigos y amigas.
Cursó una especialización en Finanzas Públicas y un doctorado en Literatura, gracias a becas de Colfuturo, la Fulbright y de tres universidades en Estados Unidos. “Soy abogada javeriana 1977, y lo agradezco porque el derecho es importante en todo tiempo y lugar. Desde que lo estudiaba me interesé por un campo emergente, el derecho ambiental. Mi tesis de grado fue sobre la fumigación aérea, tema del que aprendí en el terreno, en El Guamo”.
Saltó de la ciudad al campo cuando conoció a Juan Benavides, militante del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (Moir), quien, cuando se graduaron de profesionales, la convenció para que hicieran realidad el postulado de “pies descalzos” que invitaba a los integrantes de ese grupo, de clase media, a “campesinizarse” y “proletarizarse”.
Ella no lo dudó. Desde esos años 80 es Carmen Millán de Benavides, un ‘de’ que no le molesta porque “Benavides es parte de mi rostro. Nos conocimos desde que yo tenía 17 y desde entonces estamos juntos”.
Se fueron a vivir a la represa del Prado, Tolima, él como ingeniero de la planta, ella como jueza, con su pequeño niño, que vivió sus primeros años entre osos hormigueros, pájaros, grillos y hasta culebras bejucas, rodeado de limoneros, árboles de maracuyá y guayabas. “Pasé de una familia de mujeres a una de hombres: mi marido y mis dos hijos, que son hoy mayores. Dos buenos ciudadanos. Uno está en Los Ángeles y el otro es un financiero que vive en Bogotá”.
Fue bachiller del Instituto Pedagógico Nacional Femenino. “Una divinidad de colegio. Teníamos gimnasio para educación física, gimnasia rítmica y ballet con aparatos suecos, laboratorios de física y química, un Club de Lectura. No vimos religión, sino religiones. Aprendimos música con el método Orff. Tomamos clases de guitarra y nos educaron la voz”. Siempre música y literatura.