En el siglo XXI, la historia de América Latina no puede seguir ignorando los pasados asiáticos. Por varias razones: la importancia creciente de aquella parte del mundo, la reaparición espectacular de China en el escenario planetario y el declive de Europa y del imperio americano. Muchos de nuestros contemporáneos han descubierto esta omnipresencia sin darse cuenta de que -desde hace siglos- no podemos entender los éxitos (y fracasos) del mundo occidental y de la occidentalización, sin introducir un protagonista más: el Extremo Oriente. Una historia global de América Latina tiene que restablecer la dimensión pacífica y asiática del pasado de aquella parte del mundo, de la cual nos habla tan elocuentemente Fernando Iwasaki.
La riqueza de los datos y de los apéndices reunidos en Extremo Oriente y el Perú en el siglo XVI, confirma que una visión panorámica y global del pasado, exige una revisión meticulosa de las fuentes, así como un afán por romper horizontes demasiados estrechos. Sólo a través de historias de vida relatadas de forma tan detallada como lo hace Fernando Iwasaki, podemos percibir cómo los ibéricos supieron adaptarse a nuevas geografías y fomentar una «consciencia-mundo». Sin embargo, no se trata solo de reconstruir una visión, sino también de analizar de cerca una práctica esencial para quien pretenda captar el funcionamiento del imperio español: me refiero a la volubilidad de la sociedad para ajustarse a nuevas circunstancias, iluminando de paso las complicidades, los artificios y los mecanismos de la corrupción, desarrollados por la burocracia americana desde México hasta Lima y Buenos Aires. Esta es otra