Siempre se ha dicho que la dignidad de la derrota no tiene la victoria, pero a estas alturas de mi vida sé, de buena fuente, que ganar es mejor que perder. Porque la dignidad, en el fútbol, cada día le importa a menos gente y porque en el corto plazo del triunfo es incontestable.
El fútbol es un simulador tan perfecto de la vida que no logramos acostumbrarnos a algo tan simple como perder. Al contrario, la última derrota parece siempre la más dolorosa. Lo máximo que pude lograr a lo largo de mi carrera es no sentirme el culpable exclusivo de un mal resultado. Todo un éxito. Por lo demás la derrota me sigue doliendo en todo el cuerpo, siempre me parecen definitivas y noto que les afloja los tornillos al prestigio, a la confianza, a las relaciones de vestuario.
“Ganamos porque estamos unidos”, dicen los triunfadores. Mentira: están unidos por que ganan. Queda planteado así el gran defecto de la victoria: nunca dice la verdad. O la esconde. De hecho, salimos de los triunfos tan contentos que ni siquiera analizamos los motivos que nos llevaron a conseguirlos. Eso convierte al éxito en estéril para no hablar de un defecto sobre el que la ciencia aún no se pronunció, pero que me parece indiscutible: es más corto el camino hacia la estupidez ganando que perdiendo.
Mientras el ganador festeja el perdedor piensa; razón suficiente para declarar, otra vez, más digna a la derrota. Pero, entre nosotros, ¡quién juega para pensar?
Si quieren salir de este laberinto, lean ¡Prohibido Perder!, aunque solo sea porque Gonzalo Medina logra penar y festejar en un mismo y brillante acto.
CONTENIDO
Prólogo, por Alberto Salcedo Ramos
Presentación
Tarjeta: la saga de los aleros derechos
Tarjeta: “…Con la multitud adentro”
Tarjeta: ¡Prohibido Perder!
Tarjeta: ¿sirve para algo el deporte?
Tarjeta: la pena… máxima alegría