No es posible saber cuándo un escritor miente, ni descifrar cómo se vuelve un prestidigitador, un embaucador que, en el centro mismo de la tragedia, apuesta con la misma indiferencia monedas de verdad y mentira. No es gratuita, por tanto, la desconfianza que suscita su actividad, es huidiza juglaría que roba las palabras del juego del sentido común para construir con ellas castillos y espejismos.
Maurice Blanchot –uno de los grandes críticos literarios del siglo XX– se ha propuesto en este libro una salvación de la literatura mediante el análisis de un autor singularmente desgarrado y sincero, a la vez que peculiarmente ecuánime: Franz Kafka. Al mismo tiempo que la tuberculosis, el ejercicio de la escritura confiscó, aunque en sentido positivo, la vida de Kafka; con fúnebre energía, sustrayéndose al amor, la amistad y otras solicitaciones, vivió atento a la realización de una obra de la que finalmente dejó sólo un montón de paradójicos fragmentos.
La escritura es una espiral de la que no se sabe si baja o sube, un movimiento simultaneo de afirmación y negación que tiende hacia un centro vacío o surge de éste. La eternidad inestable de la página blanca es sólo la puerta de transición desde un caos indescifrable a un orden del absurdo. Kafka traspuso este umbral y en las hojas de sus libros pueden leerse, sobrepuestas, ambas caras de la realidad.
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