Sobre esta obra el escritor Edmundo Valadés escribió: 'Novela de sátira delirante, desenfrenada y poética, Los placeres perdidos se propone bajarle los calzones a una sociedad conservadora e hipócrita y a la ciudad que la cobija, Cali, una de las ciudades más eróticas y gozonas del mundo. La ciudad de Cali que nos presenta el autor semeja una Sodoma y Gomorra en la cual Adolfo Montaño-Vivas, una especie de ángel extraviado en la tierra y un hombre del renacimiento que domina todas las artes, personaje central de la historia, se enfrenta a unos cuantos imbéciles que están convencidos de ser los justos bíblicos a quienes corresponde la potestad de oprimir y eliminar a la gran masa de los criminales, los pervertidos y los violentos, o sea los diferentes. Quizás esta obra podría incluirse en la tradición picaresca, de una picaresca trascendental, al lado de Rabelais, que sirve para plantear las preguntas esenciales ante lo extraño de la vida'.
Adolfo Montaño-Vivas es sin duda uno de los personajes más atractivos de la literatura contemporánea, un espíritu tan transparente y particular como el famoso Ignatius Reilly de La conjura de los necios.
La ciudad de Cali en esta obra aparece en todo su esplendor, pero aquí no con las limitaciones culturales maniqueas que plantea Andrés Caicedo, sino con una riqueza de matices que convierten al territorio en un sitio de pusiones universales. La Universidad del Valle, las calles violentas, la salsa, el paisaje, la multiplicidad de tipos humanos presentados en esta obra convierten la lectura en un auténtico carnaval en el que están presentes las mejores manifestaciones del espíritu humano.