“La argumentación del texto marcha por donde corresponde, por eso mismo creo que se encuentra o alude a dominios previos a Lacan que vuelven para iluminar aspectos determinantes del sujeto: “el deseo del hombre es el infierno […] no desear el infierno es una forma de resistencia”. El énfasis que Rubinsztejn coloca en el cuerpo, saca al sujeto de su estado abstracto: “cuerpo que siempre es extraño, tenemos miedo a nuestro cuerpo. Es lo que manifiesta la angustia que se sitúa en nuestro cuerpo, es el sentimiento que nos asalta para quedar reducidos a cuerpo”. Es imposible no reconocer aquí el retorno luminoso de la idea de que “el cuerpo manifiesta mi contingencia”. Ampliando y reubicando el problema en la práctica misma, el texto indica “la presencia del análisis (que) implica al cuerpo (¿cadáver – lugar del muerto?) con silencios y sus ritmos, la respiración y el movimiento, la voz y la entonación, la torpeza, la mano que se extiende, saluda, cobra”. Es el médium que el cuerpo nos impone como vacío, no hay esencia del cuerpo, el cuerpo se hace partir del vacío que introduce al “ser”, con sus silencios y sus ritmos y su voz: el cuerpo y sus destinos”.
Carlos Kurí