Psicoanalizar sería una empresa fácil al igual que irrisoria si sólo se tratara de enseñar al paciente lo que ya sabe (la existencia de los complejos de Edipo y de castración), pretendiendo, a la vez, descubrir con él que, a tierna edad, deseó el amor de su padre o de su madre y que teme el castigo. La singularidad del deseo que el psicoanálisis busca se inscribe en la universalidad de esas estructuras; pero falta descubrirla para cada persona. Para ello es necesario precisar cómo puede concebirse la fijación de un rasgo: la constelación original no sólo encuentra su referencia en la anécdota del recuerdo olvidado o en las particularidades del relato familiar, sino sobre todo en una cifra, en una fórmula, una letra, modelos de la organización fantasmática. Para ilustrar su teoría, Leclaire toma dos casos: unos de Freud y otro de él mismo; en los que el análisis gira alrededor de una palabra, de una letra o de unas siglas que dan la pauta para la prosecución del análisis. Por lo tanto, psicoanalizar es, antes que nada, oír la palabra y asir el cuerpo de la letra.