Con lenguaje sencillo, pero rico y ágil, el autor interesantes episodios de la vida militar y política de Antonio Nariño. Rescata su importancia histórica y su condición de prócer de la independencia.
Antonio Nariño lleva más de doscientos años en una especie de penumbra histórica, relegado a la condición de “precursor” de la independencia. Ha cargado también durante el mismo tiempo una pesada losa colgada al cuello: la de haber sido corrupto, faltón y cornudo; últimamente, cornudo “comprensivo”, según un seriado de televisión. Nada de ellos es cierto
¿Cómo puede ser apenas precursor alguien que declaró la independencia absoluta de España, ganó batallas contra el ejército imperial, estuvo largos años preso y era vicepresidente de la república cuando fue aprobada la constitución que dio origen a Colombia en 1821?
Lo quieren dejar en el pasado como una simple referencia. Sus enemigos políticos lo llamaron corrupto y entregado por gusto a los peninsulares en Pasto, y él pudo demostrar en vida lo contrario. Por último, en una tesis de grado una estudiante decidió afirmar gratuitamente que las hijas menores de Nariño no eran propias, sino de otro, con argumentación tan solida como una simple concatenación de suposiciones.
Aunque el actual palacio de gobierno se llame de Nariño –no en su homenaje, sino porque él nació en una casa situada en el mismo lugar –, toda la leyenda negra parece obedecer a varios “pecados” suyos: haber sido un patriota que lucho siempre por la democracia para todos y no para unos pocos privilegiados, defender a ultranza los derechos humanos, ser insobornable y haber sobrevivido a la guerra de independencia. Jamás lo perdonaron, hasta hoy. Todavía es válida cualquier duda en su contra
Una plaza de Bogotá lleva su nombre, pero le dicen San Victorino, su denominación de la época colonial. Eso sí, cuando hubo allí una invasión de comerciantes populares la llamaron Galerías Nariño. No en vano, Nariño manifestó siempre confiar sobre todo en el pueblo.