¿Va a arder París, nuestro París, por una bacanal?, se preguntaba Rubén Darío, en 1893, en su primer viaje a la Ciudad Luz, cuando asiste atónito a la represión de los estudiantes en el Barrio Latino. París, capital del siglo XIX y meca de poetas, que le deslumbra a su llegada y termina decepcionándolo, será presencia ineludible en sus artículos periodísticos.
Nada menos que dos tercios de la obra de Darío son textos en prosa. Su labor en prensa comienza, casi adolescentes, en La Verdad de León (Nicaragua) y continua hasta poco antes de su muerte. Colaboró con los periódicos de múltiples países (El Salvador, Chile, Guatemala, Costa Rica, España y Francia). Destaca especialmente su trabajo para La Nación de Buenos Aires, que lo envía como corresponsal a Europa, y cuyas páginas comparte con Martí, D’Amicis, Gómez Carrillo, Rodó o Unamuno. Lucido espectador de lo que le rodea, incisivo, mordaz o nostálgico según la ocasión, audaz en sus recursos y en la temática, realiza, sin lugar a dudas, la mejor crónica europea del momento.
En esta aquilatada selección, Darío repasa asuntos de hondo calado, como el desastre del 98, el acoso imperialista de Estados Unidos sobre América, o el atraso endémico de España; recoge sus luminosos periplos por Tánger o la Europa del Norte; declara su pasión por Verlaine, Gorki y sus «raros» de cualquier estirpe, así como aborda desprejuiciadamente la crónica rosa, la bohemia pasajera y los escándalos del dinero y del poder, que lo fascinan, incluido el shakesperiano asesinato de los reyes de Serbia en 1903.
Su prosa periodística alcanza altísimas cotas, en ella se da el prodigioso encuentro entre la urgencia de la crónica diaria y el lirismo inherente a toda su creación. Supone una parte fundamental en la obra de Rubén y de esa revolución que ha sido el modernismo en la lengua castellana.
“Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos: lo podemos llar el Libertador” – Jorge Luis Borges
CONTENIDO
Introducción, de Günther Schmigalle
Notas
Fuentes
Bibliografía
Índice onomástico