«La correspondencia en sí misma ya es una forma de la utopía. Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y, sobre todo, después: al leernos. La correspondencia es la forma utópica de la conversación porque anula el presente y hace del futuro el único lugar posible del diálogo». Ricardo Piglia, Respiración artificial (Anagrama) Nunca estamos solos. Aunque nos sintamos así, siempre compartimos mundo y sociedad con los demás. El filósofo alemán Martin Heidegger, en sus estudios sobre la cotidianidad del ser humano, señaló que existir es siempre existir-con. Habitamos un mundo que es construido en-común. Y con esos otros formamos nuestra identidad. Al pensar, vivir y actuar con los demás dialogamos con ellos y nos construimos. Escribía el filósofo canadiense Charles Taylor que «incluso después de emanciparnos de algunos de ellos nuestros padres, por ejemplo- y de que hayamos perdido su presencia, la conversación con ellos continúa en nuestro interior hasta el fin de nuestra vida». Pero ¿qué hacer cuando el otro que me constituye, el otro tan necesario para mí, no está? Quizá escribirle. La escritura supuso una revolución en muchos sentidos; uno de ellos, que domesticaba al tiempo. Como dice Piglia en la cita que introduce este editorial, la carta rompe el tiempo: uno escribe a un futuro que desconoce y el otro recibe un pasado cristalizado. Las cartas, y otras formas de escritura donde el otro no es tan específico (como los libros), nos permitieron cristalizar este en-común constitutivo de nuestra naturaleza. Pensaba María Zambrano, filósofa española. Pero esto es la filosofía: la cristalización de un pensamiento colectivo que apuesta fuertemente por la comunidad que nos caracteriza como humanos. Esperamos, lector, lectora, que recibas este nuevo número de la revista FILOSOFÍA&CO como una carta que nos une.