La primera vez, no la pensé. Fue como si algo detrás o dentro de mí me hubiera manejado. Ninguno era capaz de darle en la cabeza al sapo ese, y yo salté y tin, pum: al piso el muñeco. Porque en realidad este medio está lleno de gallinas que cacarean y cacarean, pero no van al grano. O ponen una vez y luego viven cacariando el mismo huevo toda la vida. Ni se me había pasado por la mente de lo que era capaz. Y después, había que tirar finura. Todos dizque: “Uy, quieto, que ese man sí entrompa; éste es el de confianza”. Y bien, parce, tocó sostener la fama. Lo que nadie sabe es que yo iba a ser cirujano. Pobre vieja mía, todavía cree que estoy en la universidad.