Repetía Oscar Wilde: “No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo bien”. Ambos requerimientos los cumple, con sobrada fortuna, Salvko Zupcic. Si en sus relatos iniciales es ostensible la pulsión por contar, esa labor de orfebrería en el mejor manejo de la lengua, en las narraciones largas combina aquel principio con el uso más vistoso de la disposición de las partes o, como en el caso de Barbie, con un crudo lenguaje escatológico. Esto es, siempre atina en la escogencia de los modos más adecuados para expresar los contenidos que obligan la escritura. Para Zupcic, entonces, el funcionamiento de la prosa depende de su finalidad su potencia comunicativa: crear historias implica comprenderse y mostrar a otros unas cuantas aristas que puedan servirles para interpretar esta cosa rara llamada vida.
Carlos Sandoval