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El secreto de la vida

Escrito por
Publicado en Diversidad
Visto 4072 veces
10
Sep
2020

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
César Vallejo

No hay cosa más fuerte que la vida, pero ella misma se muere cada día. Lo que podemos hacer será posible mientras el tic tac siga en medio del pecho. ¡Qué prodigio estar vivo pudiendo no estarlo! Esa conciencia de los propios pasos hace al que la tiene un ser único en el universo. Idealizamos el pasado porque antes no éramos y fuimos, pareciese que nos arropó una felicidad inexpresable en el vientre de la madre. Los días son maíces que masticamos sin tregua. Allí en ellos forjamos una historia personal, hecha de realidades y deseos, de pequeñas cosas y fantásticas quimeras. Soñamos con el número de la lotería, cuando al despertar bastaría sumar los días de la vida para entender la gran riqueza que nos acompaña. Sólo existe un presente poderoso que condensa los tiempos del mundo. La identidad son los recuerdos, sin su eco seríamos un viento perdido en el bosque. El mañana no son más que semillas transformadas en plantas florecidas. Pero hay que sembrarlas en las horas del día que aún palpita.


Es vano ahorrar el amor y la risa. La guadaña ronda, el amor la trasciende. Su filo se vuelve romo ante los besos. El miedo se instala en el corazón y crece como una enredadera en un muro indiferente. Los demás somos nosotros. No soy más que una estación en el río de la sangre, el átomo de una membrana infinitita. Sin embargo, albergo en mi cuerpo los secretos del cosmos, el milagro inconmensurable de la vida humana. El odio es una venda que deja ver la oscuridad, el ancla de ira que detuvo nuestro viaje. Hay que morder un durazno en la mañana para que lo amargo se evapore. Los que ya no están con nosotros lo siguen estando. Las voces de los que amamos se han vuelto pensamientos, una música que solo puede oír el alma.


El llanto de los que matamos lo seguiremos oyendo como un rastrillo en la conciencia. Nadie está de más. Si le diésemos tiempo a lo que cada quien puede ofrecernos, como cuando de niños jugábamos a la golosa y esperábamos el turno para saltar, todo sería diferente. Es la hora de estar juntos, de soñar en común y compartir el pan escaso; abramos las ventanas de par en par para que entren los vientos de la fraternidad. Es una sola oportunidad. No la malbaratemos como derrochadores de un tesoro que no es nuestro.


Estamos aquí, rodeados por el mar y la montaña en una geografía de sangre que merece otro destino. Un esfuerzo superior clama el cielo. El despliegue de las personas de buena voluntad debe ser el incontenible caudal ante el cual, los afluentes lo alimenten, los odios se disuelvan, la justicia se erija y el amor al prójimo se eleve como la bandera de una patria nueva.

Autor:  Héctor Peña Díaz
Fuente:  Fundación Solo Democracia

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